jueves, 31 de enero de 2008

La feria de Tristán Narvaja: Una sinfonía de estilos, historias y personajes

Es temprano en la mañana y como cada domingo, desde hace casi unos cien años, despierta frente a los ojos del barrio Cordón, la feria de Tristán Narvaja.
Servida sobre la Avenida 18 de julio y la calle que le da su nombre, crece en las paralelas y las transversales como una enredadera para morir en la calle La Paz.

Este cambalache dominguero es la atracción de turistas y es el punto obligado de encuentro para aquellas personas que quieren encontrar lo olvidado, lo insólito y lo práctico. Desde frutas y verduras, pasando por venta de ropa de contrabando y animales, hasta repuestos rotos de electrodomésticos, libros viejos y discos de vinilo de autores olvidados o algún adorno de estilo Art Decó de dudosa procedencia.

El día va creciendo sobre el barrio Cordón como también crece su gente. A las 11 de la mañana, la feria está en su auge, las personas se juntan como hormigas sobre la calle principal y es difícil sortear los puestos sin recibir algún pisotón. Las gargantas de los vendedores hacen alarde de su potencia y ofrecen a gritos “la mejor mercadería de la feria”. En el aire se percibe una atmósfera distinta, mezcla de sahumerio y humedad que arrastra los ojos a la vidriera de los anticuarios.

Más abajo, reservado para aquellos que gustan del buen leer, la calle Paysandú se abre paso hasta Fernández Crespo, en cajas o sobre paños en el suelo, los compradores ojean la más variada cantidad de libros. En una misma mesa se hallan juntos una novela de Corín Tellado y un libro de Paul Sartre, “El existencialismo es un humanismo”, toda la humanidad se mezcla en la calles de la feria de Tristán Narvaja.

Acompañando la propuesta visual se encuentra un hombre tocando el saxo,mezclando los afinados sonidos provenientes de su instrumento con el pregón de los vendedores y el bullicio de las aves enjauladas que se venden en la esquina de la calle Colonia y Tristán Narvaja.
Cuando pienso resulta raro escuchar algo así, un hombre se acerca y pregunta:
- ¿No sabés quién es él? Es el Álvaro Armesto. Es un grande, tocaba con Jorge Trasante y el "Pájaro Canzani".
Pero Armesto tiene 54 años, atrás quedaron sus “Días de blues”, ahora ofrece su grandeza " a voluntad" apoyado en la ventana de un bar de la calle Mercedes.

En las esquinas de Gaboto y Cerro Largo, cantan juntos “El mago” y el grupo de rock “La vela puerca”, mientras tres sujetos, con un estropeado redoblante le dan ritmo de samba al día que avanza. Veinte metros adelante dos hombres de rara apariencia hablan afanosamente de quién sabe qué. Uno de ellos, él de sonrisa desprovista, lleva una botella de plástico bajo el brazo conteniendo un líquido semejante al jugo de la vid.

Llama la atención, el collage de personajes, estilos y objetos que conviven en este micro universo de asfalto. En la acera de enfrente sobre un pedazo de tela sucia, unas pocas tazas y unos cubiertos en mal estado son desperdigados por un cachorro de raza incierta que se entabla en dura lucha con un hueso más grande que él. El vendedor de esa suerte de miseria se percata del posible interesado y grita a lo lejos:¡pregunte que no molesta, eh!

Frente a los ojos de un indiferente policía se venden discos pirateados y un poco más adelante un grupo de individuos pregonan la suerte en el juego de la mosqueta. Chantas, extranjeros que buscan aquella pieza de arte perdida, vecinos de todos los barrios tienen su lugar de encuentro en la feria de Tristán Narvaja. Como un caleidoscopio según como se mueva, las figuras y los colores que se pueden hallar.

Al llegar al final del recorrido la feria no es la misma, algunos puestos comienzan a levantar lo que quedó de mercadería, otros con menos suerte recogen las mismas cosas que trajeron. Ya son las 3 de la tarde y los visitantes se afincan en los carros de hamburguesas y chorizos para saciar el hambre. Desde los balcones de hierros añosos, llama al estómago el aroma a tuco casero.
El barrio Cordón despide a sus visitantes hasta el próximo domingo mientras los barrenderos juntan los restos arrojados a las calles de un barrio lleno de historias, estilos y personajes.